sábado, 21 de mayo de 2016

Barcelona

Hace ya algunos años, sí, unos años, me encontraba yo en Barcelona, en esa enorme ciudad.

Y estaba perdido, y no sabía dónde ir.

Fue entonces, que en el metro unas señoras me buscaron y me dijeron que tren tenía que coger.

Primeramente había salido de fiesta, con mis amigos, los anormales.

Había dos chicas muy guapas que me hacían ojitos, pero yo no podía, no podía casi ni anudarme los cordones de los zapatos.

Tan solamente quería mirar un poco el mar.

Que mis manos y mis pies, y sobre todo mis ojos se dejasen llevar por el fragor del Mediterráneo.

En Barcelona.

Iba yo, cantando una canción por Las Ramblas, bajando la calle toda por delante.

Es un poco bohemia, Barcelona, a decir la verdad, dan ganas hasta de ponerse una margarita en la cabeza.

Aún así y todo la noche es oscura y alberga horrores. Y en las esquinas de Las Ramblas se esconden, como en Madrid, en la Gran Vía, las viejas criaturas que tratan de robarte el alma.

Pero el alma, en Barcelona, no se pierde, y hasta llegado el caso, siempre encontrarás a tres amables señoras que en el Metro te mostrarán el camino.

Y así, paso a paso, vuelves entero a casa.

Porque ni la bondad, ni el olvido, ni la alegría se pueden perder nunca, por más que uno ande caminando solo por la vida. Siempre habrá alguien que te dará la mano, y te ayudará, y hasta te podrá cuidar.

No son las Ramblas de Barcelona el camino preciso de mi bohemia, mas guardo la ternura, y la amabilidad que representaban sus arrugadas manos, y la luz de sus ojos redondos.

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