viernes, 17 de junio de 2016

Las montañas sagradas del Lejano Oriente

Si existe un lugar mágico en el mundo, me imagino el Monte Fujiyama, allá donde la gente asciende para encontrar la Luz.

Más allá del Mar Caribe, cruzando la Tierra, el planeta entero, una y otra vez, enrolado bajo las velas desplegadas del barco de la mujer pirata, soñamos con alcanzar con la mirada tus blancas nieves.

Níveas caricias caídas del cielo, como los rubios cabellos de la reina Daenerys.

Anne Bonny ordena a sus hombres, al del parche, y al de la pata de palo, sacar sus sables, y el loro repite su imprecación, y luego se ríe con el pico abierto.

En las azules aguas del mar cristalino se reflejan los colores verdes de sus plumas pintándolas de esmeralda.

Se alza el viejo pájaro, abriendo las alas en dirección al sol, cacareando el grito de la capitana.

Y va resonando su grito de guerra, a lo largo y ancho del océano, cruzando el mundo, mientras rebota su eco contra las paredes sobre las que las que se alzan las montañas.

Y llega hasta el Lejano Oriente, acabando por escucharse en las entrañas sagradas del volcán sagrado del Japón.

Confundiéndose con el ruido de los motores que recorren Tokyo, la ciudad más grande del mundo.

Y así va rebotando, una y otra vez hasta el núcleo del Planeta Tierra, poniendo en marcha el artilugio que hace que todo gire sin perder el rumbo.

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