domingo, 12 de junio de 2016

Nieva

Si en Vetusta suelo departir alegremente con Don Ramón, que me cuenta y me habla de lo mucho que le gusta el burro Platero, por el parque de San Francisco, pensando en sus hebras blancas, y la dulzura de su mirada, mientras los niños se le suben encima y le tiran de las orejas. En Avilés,

En Avilés, me dice Don Armando que piensa en Santa Marta de Betania, y en una monja que se quiere casar con un médico gallego.

Es lo que le cuento siempre a Don Leopoldo cuando lo visito en su despacho. En el Paraninfo.

Es un poco pesado, Don Armando, dale que dale con La Iliada, las historias de los griegos, y la búsqueda del vellocino de oro. Como lo han traducido hasta en el viejo reino de Norte Umbría, en Inglaterra, se lo tiene un poco subido, Don Armando.

Homero, Homero Simpson se quedaría asustado al ver las chimeneas de la fábrica lanzando el humo al Cielo, y se abriría una cerveza.

Nos pintaría de amarillo, y nos abriríamos una cerveza, oyendo el claxon de los barcos entrando en el puerto, mientras el semáforo se pone verde.

El humo que sale de las chimeneas, de las entrañas siderúrgicas de Asturias, haciendo volutas en el aire, dibujando sonrisas, jugando con el viento, poniendo una barra de pan encima de la mesa.

Y se lo digo, a Don Armando, que llevamos el polvo negro tatuado en los epitelios, pero que así y todo podemos respirar.

Y es porque el mar se bate continuamente mientras dormimos, regalándonos su indescifrable aroma.

Sal, agua, chimeneas, humo, y pan, y marañuelas.

Y Ulises volviendo a casa, como dice Don Armando mientras se toma un whisky en la Plaza del Parche.

Marañuelas, joven Hermes!!!

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