domingo, 28 de agosto de 2016

Esencia de mujer

En los domingos infinitos bajo los que se recoge la ciudad de Nueva York, pasea El coronel Frank Slade, envuelto en su verde gabardina, respirando la inmensa soledad que esconden las esquinas de las capitales del mundo.

Va con su pelo engominado, y su bastón, y a poco le suelta un vozarrón a cualquiera que se tropieza por la acera.

Es esa totalidad, ese momento en el que uno se da cuenta de que la vida se escapa, un respiro contemplando las calles vacías, y la luz en la ventanas.

Si yo fuese pintor, dibujaría de esa manera la soledad, una gran avenida vacía y unos cristales reflejando la electricidad por encima de las farolas.

Desde muy pequeño lo comprendí, por la Villa de Madrid, cuando la Puerta del Sol cierra el pestillo y ya no se hacen más bocatas de calamares.

Y sin embargo, por la Gran Vía aún deambulan las almas perdidas, hombres y mujeres que suben y bajan, con los bolsillos vacíos y la mirada herida...

Al menos a nuestro Coronel le dio tiempo, ya ciego y loco, como Don Max, a bailar su último tango y al compás de Gardel, regalarnos algo que jamás se olvida.

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