miércoles, 28 de septiembre de 2016

Kansas City

Decía Don Camilo que es un poco difícil cruzar el páramo, con su gesto grave y sus ojos redondos entornados por detrás de las gafas.

Y esa mirada, mientras van y vienen las palabras mayúsculas, hace que te tragues hasta la saliva.

El poderío, sí, esa energía volcánica descubierta en las islas africanas que los españoles hicimos nuestras, va haciendo volutas de humo hasta que se desata la tormenta,

No hay lamento,

Ni angustia que no guarde relación con el sentido oculto de las palabras,

Destella en el cielo cada nueva palabra, y en la luna se crea un nuevo cráter.

El agujero donde dejarás tu sangre y la luz de tus ojos.

En la diligencia que nos llevaba a Kansas, desde Chicago, pasando por Misouri me quedé dormido, y en mi corazón, arrebolaron los sueños de una centuria anterior, cuando Jesse James robaba los trenes al gobierno...

Y como un poeta, como un escritor de Avilés, embrujado en París, me guardé tu ausencia en lo más profundo del alma.

Y yo estaba callado,
mientras veía robar los bancos,
y a los niños,
con sus ojitos como platos,
ver el mundo que Dios les tenía para ellos guardado.

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